Creo que fue a finales de este último verano que Santi me invitó a ver sus últimos cuadros. Había terminado por aquel entonces algunos formatos grandes, otros estaban aún en proceso... Nos habíamos conocido hacía relativamente poco tiempo, en una exposición en el centro cultural de nuestro pueblo, Seròs. Recuerdo el tema de una conversación que tuvimos en la que me decía sentirse, a veces, falto de formación, debido a sus inicios tardíos en el mundo de la pintura y que su aproximación a la pintura había sido intermitente y fragmentaria en el pasado. Es ahora, sin embargo, cuando se entrega a ella plenamente, con ilusión y esperanza, lleno de energía y con mucha intuición.
Sorprende, ante todo, su valentía cuando se lanza a pintar; cómo se abre al instante, cómo entrega el trazo a la necesidad más profunda, cómo esparce y se pelea con el color, sin miedo. La espátula descarga materia en la primera intención, el pincel plano difumina los espacios indeterminados que después se poblarán de estructuras ora geométricas, ora sinuosas y orgánicas. Directamente del tubo o con insistentes toques de blanco fragmenta a la vez que sugiere sutiles profundidades...
Conversando con él le descubrí reminiscencias surrealistas, gestuales..... le nombré pintores como Hartung, Masson, Matta, Tanguy ... Él lo apunta en un trozo de papel ... pero solo continua su camino confiando en sus sentidos, confiando en esa intuición que le empuja a exclamar, rozando ya ese punto convertido en hito, “¡ya está!” “¡este cuadro ya está terminado!” ... “¡Vamos a por otro!” ... Y así, recorre camino y quema estadios...
Vastos espacios, íntimos, poblados de quiméricos moradores que ondulan sus cuerpos con el suave viento de los sueños y los recuerdos. Gamas de color saturadas habitan paisajes mentales que existen de verdad. Horizontes donde se sueñan espacios de resistencia y de cobijo. Elementos geológicos erosionados, estructuras óseas en el centro de un silencio nuevo, recién estrenado. Diagonales, ángulos, fuerzas ascendentes, centrifugas, nacidas de la consciencia del propio cuerpo y de su movimiento. Este cuerpo que habita entre el cielo y la tierra y que en su gesto, en su trazo se afirma y al final se reconoce. La tela blanca y el acto íntimo de observarla y anticipar la mancha, la forma transformada en color, presencia, acto y después aguardar inmóvil, callado, sumiso y extrañado al propio cuerpo y al rastro que nace....
Mientras conversábamos me mostraba también papeles nuevos recién adquiridos, colores apenas estrenados, telas nuevas, blanquísimas, basta con eso para darse cuenta de la pasión que le mueve.
Jordi Jové
22 de marzo de 2014